Arte impresionista

Pintura

De manera general, al ser la primera fase de este movimiento artístico, la pintura impresionista tiene como principal característica el manejo de concepto de temporalidad. Los pintores impresionistas se decantaron por un arte que negó la atemporalidad y se sumergieron en un mundo de impresiones ópticas donde era necesaria la auténtica captación temporal.

Imagen de: pngkit.com

“El impresionista no pinta temas religiosos porque éstos son intemporales y, por tanto, desbordan los supuestos temporales de este arte. ¿Qué temas elige entonces el impresionista? Pues temas como éste que ahora contemplamos, temas ordinarios, sucesos cotidianos, acontecimientos concretos y consuetudinarios que, precisamente por su concreción, nos mueven instintivamente a incluirlos en el tiempo absolutamente concreto que nos rodea, como nos rodean estos mismos acontecimientos” (Ballesteros, 2014, p.9).

Este es el principal rasgo distintivo de la pintura impresionista, pues su principal objetivo es representar la realidad como un devenir en constante movimiento y no como un evento acabado. Sin duda, un pensamiento altamente influido por la situación social que se estuvo viviendo en Europa; una época de sutiles pero constantes transiciones tanto políticas como económicas.

De ahí que el estilo pictórico impresionista esté basado en sutiles pinceladas rápidas e inacabadas que funden los contornos, pues esa inquietante movilidad de las figuras en los cuadros provoca el efecto de una situación inacabada y, en cierta medida, el desasosiego de que algo se mueve en el tiempo.

Un segundo aspecto importante es el uso de la imperfección como una herramienta conceptual ya que, a diferencia de los pintores renacentistas, barrocos y neoclásicos, los impresionistas ponen en escena el arte incompleto como una afirmación de lo nuevo y una negación del arte anterior, pues, como ya se mencionó, la representación del tiempo tiene tantas formas de expresión como de contemplación:

“Puede hacerse desde todos los puntos de vista y tal vez es preciso hacerla desde incontables puntos de vista diferentes para poder gozar en cada punto de una perspectiva diferente, es decir, de un cuadro diferente” (Ballesteros, 2014, p.9).

Francia

En Francia, el arte impresionista se caracteriza por el estudio de la luz y los colores, probablemente porque en este siglo se produjo toda una gama nueva de pigmentos debido a la creciente industria económica, todo aplicado en la conocida técnica de pincelada gestáltica, que servía para unificar figuras y ambientes en una misma visión óptica:

Claud Monet (1892). La catedral de Rouen, efecto del sol, final del día.
Foto de: Museo Marmottan Monet (2020)

“Los efectos de perspectiva y las líneas del dibujo desaparecen en provecho de los juegos de luz y de los toques de color. Pintan por pequeños trazos fragmentados, una técnica que se pone a punto con el objetivo de traducir mejor la intensidad lumínica del cielo abierto” (Hallet, 2017, p.10).

No es de extrañar que los impresionistas franceses sustituyeran los talleres por el exterior como nueva área de trabajo, pues era de gran importancia ver los efectos de la luz sobre los objetos.

No obstante, la búsqueda de estos lugares naturales para retratar los paisajes y las escenas de la vida cotidiana no fue esencialmente para encontrar la representación exacta y precisa de la realidad sino, por el contrario, para destacar la subjetividad y plasmar las impresiones abstractas que se reciben de esos lugares y objetos.

Claud Monet (1840-1926)

Nació en Paris el 14 de noviembre de 1840 y perteneció al grupo del taller Gleyre. Es reconocido no solo como uno de los pioneros de este movimiento artístico sino como el iniciador del mismo. Su importancia pictórica está en la innovación, pues es un parte aguas de en la estética del siglo XIX.

“No tiene largos precedentes en la pintura anterior, sino que se forma directamente con preimpresionistas como Jongkind, Boudin, etc., en la escuela de Saint-Simeon. Enamorado desde muy pronto de los ambientes abiertos y la iluminación exterior, está en insuperables condiciones para conseguir una de las cumbres del estilo en la Exposición de 1874” (Ballesteros, 2014, p.13).

El estilo de Monet refleja un claro interés por las transiciones temporales que se perciben a través de la luz, cuando esta se mueve sobre los objetos iluminados. Además, explora los rincones más profundos de la abstracción, principalmente en sus trabajos paisajísticos. No cabe duda que los ambientes naturales son su mayor fuente de inspiración.

“Sus influencias son eclécticas y apasionantes: en especial, el arte japonés ocupa un lugar importante en su obra. Monet, enamorado de la naturaleza, del mar y de los jardines, revoluciona la forma de pintar de su época situando su caballete en medio del campo y a orillas del agua, mostrando interés principalmente por los cambios atmosféricos y las variaciones de luz” (Hallet, 2017, p.5).

Su principal obra es Impresión, Sol naciente (1872-1873), pues de esta pintura se deriva el todo el concepto del impresionismo, pero también se pueden destacar cuadros como Bain à la Grenouillère (1869), Amapolas (1873), Mujer con sombrilla (1875), La estación de Saint Lazare (1877), Mar agitado en Étretat (1883), La serie de La catedral de Rouen (1892-1894) y La serie de El estanque de Ninfeas (1914-1926).

Edouard Manet (1832-1883)

En 1863 Manet participó en la famosa exposición llamada ‘Salón de los rechazados’, pues se trataba de un grupo de pintores que había sido marginado del ‘Salón Oficial’ debido a sus particulares estilos que pronto se convertirían en un fenómeno de innovación creadora y de extraordinaria genialidad.

“Sin lugar a dudas, Édouard Manet es el primero que reivindica el principio según el cual la forma de pintar es más importante que el tema y quien reafirma por delante de todos la primacía de las sensaciones sobre el acabado exacto de la naturaleza. La audacia y la modernidad de su famoso Almuerzo sobre la hierba (1863) causa el efecto de una auténtica bomba cuando el cuadro se propone en el Salón de París en 1863” (Hallet, 2017, p.10).

Una obra bastante polémica para su tiempo ya que, a pesar de ser un cuadro que manifiesta una técnica tradicional, combina las ostentosas extravagancias de las pinceladas impresionistas. Se puede decir que Manet no permanece en un sólo lado de la balanza, a diferencia de Monet, quien estaba comprometido con su estilo, sino que oscila hacia uno y otro lado como el más rebelde de todo este grupo de intelectuales.

Sus principales obras son Una parisina o mujer con sombrero café (1863), La ninfa sorprendida o La Nymphe surprise (1860), Olympia (1863), La lectura o La lectura (1865), El almuerzo (1868), El pífano o Le Joueur de fifre (1866), El balcón (1868) y Argenteuil (1874).

Edgar Degas (1834-1917)

El estilo de este pintor es muy particular ya que, a pesar de que nunca se situó a sí mismo como un impresionista, fue uno de los grandes impulsores de este movimiento. No fue sino hasta 1886 que se desligó casi por completo del grupo de los impresionistas.

“No convencido por el arte oficial, es decir, el naturalista romántico. Abandona pronto su estilo y técnica para buscar soluciones luminosas, no exteriores, como la mayoría de los impresionistas, sino interiores” (Ballesteros, 2014, p.13).

De ahí que existan en sus trabajos obras como La clase de ballet (1871-1874) y L’Absinthe (1876), pues su estilo pictórico busca captar la espontaneidad de individuos en movimiento, desde la figura de una mujer en un bar hasta toda una escuela de baletistas.

Degas es, quizá, uno de los pintores impresionistas más conceptuales ya que sus obras no sólo muestran un fiel interés por la forma sino que ponen en manifiesto cierta relevancia por el contenido. Prueba de ello son cuadros como Jóvenes espartanas provocando a los muchachos (1860-1862), Desnudo masculino (1856), La violación (1869) y La cantante con guantes (1878).

Se pueden mencionar otras obras que reflejan el interés por el movimiento como Clase de danza (1871), Ensayo de ballet (1873), Ensayo sobre el escenario (1874), Miss La La en el Cirque Fernando (1879), Mujer en la bañera (1886) y Mujer inclinada (1884).

Pierre Auguste Renoir (1841-1919)

Al igual que Bazille, Sisley y Monet, Renoir perteneció al famoso grupo del taller Gleyre desde 1862. Sus obras muestran cierta predilección por las figuras femeninas.

“Prefiere las pinturas animadas por personajes, sobre todo femeninos. Abundan sus obras femeninas y entre ellas adquiere particular relieve el género del retrato. Utiliza el impresionismo o divisionismo cromático, tal como le inspiran las obras de Monet, aunque nunca consigue llevarlo a esa pureza que caracteriza las obras de este último” (Ballesteros, 2014, p.14).

Este pintor francés logró plasmar en sus obras extraordinarias luminosidades vibrantes, matizadas por el uso del color como un tipo de degradación. Al igual que el resto de impresionistas, Renoir se enfocó en retratar temas sobre la naturaleza y, en general, sobre situaciones cotidianas.

“A partir de 1881, a raíz de un viaje a Italia, tiene un período de regresión hacia la línea, con un contorno muy perfilado. Al final de su vida, sin volver al impresionismo, vuelve a dar importancia al color, que se apodera de la forma totalmente. En estos últimos años prefiere el color rojo y son muchos los cuadros cuya tonalidad dominante responde a esta gama” (Ballesteros, 2014, p.14).

Sus principales obras son El cabaret de la mère Anthony (1866), El payaso (1868), La bañista con el grifón (1870), Odalisca o Mujer de Argel (1870), Paseo a caballo en el bosque de Boulogne (1873), El palco (1874), Baile en el Moulin de la Galette (1876), Baile en el Moulin de la Galette (1876), El almuerzo de los remeros (1880-1881) y Paisaje de Bretaña (1902).

Berthe Morisot (1841- 1895)

Al ser discípula del pintor Edouard Manet este influyó tanto en su técnica como en sus líneas temáticas, de ahí que sus obras se enfoquen en la figura de la mujer como pieza central, ambientada en entornos de la cotidianeidad.

“El cuadro se convierte en una herramienta didáctica para infundir una educación y unos valores femeninos adecuados como es el hecho de que una mujer instruya a una niña en las artes menores como puede ser la costura” (Triviño, 2014, p.207).

Debido a ello su obra no pretende mostrar la figura de la síntesis conceptual de la mujer relegada al ámbito doméstico y a su rol como esposa y madre, sino que simplemente retrataba las impresiones que veía de las situaciones cotidianas.

A diferencia de Manet, que abordó en pinturas como El desayuno en la hierba y Olimpia el lado erótico y sensual de los personajes femeninos, Morisot se refugia en el mito y muestra la imagen de una mujer pasiva en un contraste con la naturaleza y la urbanidad.

Sus principales obras son En el comedor (1875), Invierno o Mujer con manguito (1880), La lectura (1869- 1870), Lectura de Edma Morisot (1867), La caza de las mariposas (1874), El baño (1885- 1886), Mujer y niña en el balcón (1872), La lectura o Madame Morisot y su hija, Madame Pontillon (1869-1870), Chica joven en el baile (1875), La flautista (1890) y La Coiffure (1894).

Mary Cassatt (1844-1926)

Fue una pintora de origen estadounidense que pasó gran parte de su vida en Francia, en donde estableció estrechas relaciones con Edgar Degas y Berthe Morisot. Su amistad con el primero le proporcionó la influencia necesaria para integrarse al movimiento impresionista.

Su línea temática no se aparta mucho de la de Morisot, pues se enfoca en la vida cotidiana desde la percepción femenina, “centra su interés en mujeres ocupadas en el cuidado de las niñas y de los niños dentro del hogar familiar (Triviño, 2014, p.207). No obstante, también refleja otros aspectos, fuera de los estereotipos, de la vida de las mujeres, ya que introduce el concepto de la mujer artista y un poco de ideología de clases. Uno de los rasgos más distintivo del estilo de Cassatt es el uso de una amplia paleta de colores y los trabajos en pastel.

“La pintura impresionista se caracterizará por dirigir la mirada hacia los ratos de ocio que introduce la clase social burguesa en los espacios abiertos entendiendo éstos por parques, lagos, etc. En general, lugares en contacto con la naturaleza. Por tanto, las artistas impresionistas dan un salto a la hora de configurar el contexto donde se desarrolla la actividad de las mujeres” (Triviño, 2014, p.207-208).

Sus principales obras son En el palco (1879), Niños en la playa (1884), Niña con sombrero de paja (1886), Maternidad (1890), Niñera leyendo a una pequeña (1895), Madame Meerson y su hija (1899), Jules secado por su madre (1900) y Joven vestida de verde, al aire libre soleado (1914).

España

En España, a pesar de que el movimiento impresionista se manifiesta casi de la misma forma que en Francia, la pintura tiene otro tipo de variaciones que la sitúan en una posición aún más esteticista que no termina de distanciarse del realismo. Es decir, que los pintores españoles de esta época, tanto realistas como impresionistas, no muestran una preocupación por el contenido sino por la forma.

Dicho de otra forma, la despreocupación por el objeto pintado y el interés por la forma de hacerlo dan como resultado la anulación total de ese objeto, de esa sustancia, para alcanzar nuevos actos de apreciación.

Joaquín Sorolla y Vastida (1894). ¡Aún dicen que el pescado es caro!.
Foto de: Museo del Prado (2020)

“Por eso utiliza unas técnicas que llegan a desintegrar los objetos (puntillismo) y los convierten en multitud de diminutas pinceladas que solo tienen sentido cuando se miran en conjunto y a cierta distancia. Preocupados por las doctrinas positivistas, llegan a representar en el cuadro un esquema parecido al de nuestro propio mecanismo visual. Es sabido que la impresión visual que nosotros tenemos de los objetos nos viene dada por infinidad de impresiones parciales que recibimos de ellos al reflejar la luz. Cada una de estas impresiones es recogida por una terminación nerviosa sensible que la transmite al cerebro, que es también quien se encarga de reunir y conjuntar en un todo este infinito número de impresiones distintas” (Ballesteros, 2013, p.7).

De ello se deriva la comparación de que en España los pintores del siglo XVII, como Velázquez, ya tuvieran esas nociones de luz y temporalidad en sus cuadros. Lo único que hicieron los impresionistas fue, como sostiene Ballesteros, llevarlo a sus últimas consecuencias.

Se puede decir, entonces, que no se trata precisamente de un descubrimiento original o de una nueva invención en el arte pictórico español sino de una continuación y perfeccionamiento de la técnica pictórica anterior, percibida desde una visión técnica más comprometida con los intereses estilísticos de la época. De ahí que los pintores impresionistas tienden a no separarse demasiado de las escuelas anteriores, a pesar de su evidente carácter subjetivista:

“Muchos pintores realistas anticipan el «impresionismo» como técnica pictórica y puede decirse que todos los impresionistas comienzan en el «realismo» y continúan frecuentemente dentro de esta linea. Por eso decíamos al principio que el «impresionismo» es hijo del «realismo» pictórico y a larga distancia de los ensayos lumínicos del barroco del siglo XVII” (Ballesteros, 2013, p.8).

Mariano Fortuny (1838- 1874)

Fue uno de los pintores españoles de mayor reconocimiento durante el siglo XIX, casi tanto como Francisco de Goya sólo que, a diferencia de este, centro su estilo y temática en ambientes muy distantes al contexto español.

Prueba de ello son cuadros como La batalla de Tetuán (1863-1873), “La luminosidad del paisaje norteafricano y su exótico costumbrismo se apoderan de él y marcan toda una época de su vida y su obra… Es un cuadro de historia, pero posee ya unas características diferentes, sobre todo en el tratamiento del color y en la factura suelta y valiente de las pinceladas” (Ballesteros, 2013, p.10), y Marroquíes, “el extraordinario paisaje marroquí que nos brinda en sus apuntes, acuarelas y óleos casi sin acabar que pinta durante su estancia en África” (Ballesteros, 2013, p.13).

Otras de sus obras son La vicaría (1870), La odalisca (1861), Paisaje norteafricano, El vendedor de tapices, Askari, Los hijos del pintor en el salón japonés, Desnudo en la playa de Portici, Viejo desnudo al sol, ardín de la casa de Fortuny, La fragua del moro  y Fantasía sobre Fausto.

Ignacio Pinazo (1849- 1916)

Fue un pintor valenciano de procedencia humilde que tuvo sus antecedentes en el realismo pictórico, debido a ello es más reconocido como un preimpresionista. No obstante, sus obras más destacadas, como la pintura de Desnudo, en donde revela su verdadera calidad de impresionista en el manejo del color, lo sitúan como uno de los pioneros de este movimiento artístico.

“En esta obra espléndida Pinazo se siente desinteresado de los perfiles y atraído casi exclusivamente por el color. Las manchas de color son las protagonistas del lienzo, sin que ningún otro valor las oculte” (Ballesteros, 2013, p.22).

Sus principales obras son Torero (1881), Ignacio (1885), Niña con una muñeca (1890), La fiesta (1890) y Desnudo de mujer (1902).

Aurelio Beruete (1845- 1912)

A diferencia de Pinazo, Beruete fue un pintor madrileño de familia acomodada que pudo dedicarse enteramente a su arte. Es uno de los casos más claros de vocación auténtica y de «pintar porque se quiere y lo que se quiere» (Ballesteros, 2013, p.31).

Estudió con Múgica y luego con Haes, de ellos obtuvo su influencia paisajística, no obstante, del estilo de este último no reflejó casi nada en sus pinturas, pues sus obras manifiestan una extraordinaria interpretación de la lus, así como una aplicación cromática en tonos más claros.

“Un hombre que conoce conceptualmente el trabajo y el mérito de los clásicos barrocos, pero que también sabe continuarlos en su tarea de percibir el momento luminoso. Al parecer, no puede relacionarse su obra con la de los impresionistas franceses, y si llega a metas parecidas lo hace por caminos independientes y originales” (Ballesteros, 2013, p.32).

Entre sus obras más características se encuentran Tren en la noche (1891), Paisaje de Torrelodones (1891), Vista del Guadarrama desde El Plantío (1901), Lavaderos del Manzanares (1904), rillas del Manzanares (1907), El Manzanares (1908), La tapia del Pardo (1911), Espinos en flor (1911) y La venta del macho (1911).

Darío de Regoyos y Valdés (1857- 1913)

Al igual que Haes, estudió en la Escuela de San Fernando. En 1880 viajó a Paris para nutrirse del movimiento artístico del impresionismo. Está catalogado dentro del espectro de las líneas técnicas del Impresionismo tardío. A diferencia del estilo impresionista francés, sus obras manifiestan una cotidianeidad más espontánea.

“Prefiere Regoyos el norte al sur. Pinta en Andalucía y manifiesta una decidida afición por esta tierra, pero comprende que no recoge bien su luz, que no sabe interpretar su ambiente. En cambio, en el norte es donde Regoyos está plenamente familiarizado con el paisaje y con su luz. La luz difusa, extendida y grisácea del septentrión ibérico” (Ballesteros, 2013, p.35).

Es difícil situar la pintura de Regoyos en dentro de un estilo determinado, pues su técnica evoluciona del impresionismo al divisionismo y luego al puntillismo. Se puede decir que es más acertado abordarlo desde el concepto de Escuelas Modernas. Una clara evidencia es su pintura de Las redes:

“Va incorporándose a las nuevas técnicas de un modo intermitente y esporádico, para volver al impresionismo puro de nuevo. Su cronología estilística no se corresponde en modo alguno con los franceses, pero se observan en su obra claras influencias de Signac y de Pisarro, aunque asimiladas plenamente por el asturiano y reelaboradas en búsqueda del colorido propio de nuestras tierras” (Ballesteros, 2013, p.36).

Sus obras más importantes son Viernes Santo en Orduña (1903), Almendros en flor (1905), Paisaje de Hernani (1900), El paso del tren (1902), El arco iris, Recogiendo fresas, Pino de Bejar y El gallinero.

Joaquín Sorolla y Vastida (1863- 1923)

Es reconocido como el principal exponente del impresionismo español. Su obra transita, al igual que Regoyos, dentro del espectro técnico de las Escuelas modernas ya que su desarrollo artístico se da en tres etapas: impresionista, postimpresionista y luminista.

“Después de su momento «histórico» y «moralista» liega plenamente a desinteresarse del «asunto», para volcarse en su representación, es decir, llega al pleno impresionismo. A partir de 1894, fecha en que pinta «La vuelta de la pesca», continúa sin vacilar por las sendas del luminismo, sobre todo en los ambientes cálidos de las playas levantinas” (Ballesteros, 2013, p.41).

A nivel técnico recurrió al uso de una paleta de colores bastante amplia que iba desde tonos claros, esencialmente pasteles, hasta una gama más oscura, teniendo como base los tonos marrones. No es sino hasta su etapa luminista que logra encontrar la perfecta armonía entre el movimiento de las figuras, la iluminación y el contraste entre colores y reflejos.

Es uno de los pintores impresionistas más prolíficos, entre sus obras más importantes se encuentran ¡Y aún dicen que el pescado es caro! (1894), Trata de blancas (1894), Cosiendo la vela (1896), Una investigación (1897), Triste herencia (1899), El pescador (1904), Paseo a orillas del mar (1909), Chicos en la playa (1910), Aldeanos leoneses (1907), Tipos de La Mancha (1912), La Siesta (1912), El baño del niño y Barcos.

Escultura

Cuando se habla del Impresionismo existe la tendencia a asociar este movimiento artístico específicamente con las manifestaciones pictóricas, sin embargo, fue un fenómeno que se difundió ampliamente en distintos sectores tanto culturales como artísticos. Prueba de ello son los intentos de integrar atisbos impresionistas en la música, así como el impresionismo literario.

Auguste Rodin (1904). El pensador. Imagen de: Freepng.es

La escultura, por su parte, tuvo sus antecedentes en la segunda mitad del siglo XIX, como un medio para abandonar definitivamente los modelos escultóricos del naturalismo.

Es en este punto en donde se integra el nombre del pintor y escultor francés Jean-Baptiste Carpeaux (1827- 1875) que, a pesar de ser un escultor naturalista, fue una pieza fundamental para integrar las bases impresionistas al arte escultórico:

“Prueba de ello es que hace algunas escapadas al campo pictórico y sus cuadros son auténticas premoniciones del impresionismo, tanto por la agilidad expresiva de las formas como por la valentía de integración del color, en forma de manchas, como los impresionistas” (Ballesteros, 2014, p.19).

No es sino hasta que aparece la figura de su discípulo, también francés, Auguste Rodin (1840-1917) que se terminó de consolidar la fusión entre escultura e impresionismo. Tomó la noción del tiempo y la situó en la intemporalidad, justo como lo habían hecho los pintores de este movimiento.

Cabe mencionar que la escultura impresionista sigue los mismos lineamientos estilísticos que la estética pictórica francesa, sólo que llevada a otros materiales como el mármol y el bronce. Además, resulta importante mencionar que la innovación de Rodin no está en el manejo de la luz, pues ya otros artistas barrocos ya habían experimentado con estos efectos de luces y sombras, sino en ese dinamismo en las expresiones corporales que refleja vívidamente esta noción de las transiciones temporales.

“Sus figuras están cargadas de temporalidad, son concretas y determinadas. No sólo se mueven en un espacio real, sino que reciben distintos aspectos en el antes y en el después de cada contemplación. «El pensador» de la «Puerta del Infierno», es un hombre en reposo, pero no es un reposo temporal, sino tenso, fluido, presto a romperse. Si nos fijamos en sus piernas, más que piernas parecen resortes, dispuestos en cualquier momento a izarle de nuevo y sorprendernos con una decisión inesperada” (Ballesteros, 2014, p.19).

Además de sus obras más reconocidas, El pensador y Puerta del Infierno, están otras esculturas que también poseen esa poderosa abstracción y expresividad temporal como Las sombras y el Beso.

De su trabajo se inspiran otros artistas Europeos como el escultor italiano Medardo Rosso (1858-1928), con un estilo de auténtica fuerza expresiva, principalmente en obras como Hombre leyendo el periódico (1894), Beso bajo la farola (1882) y Conversación en una jardín (1893). Así como el escultor naturalista belga Constantin Meunier (1831- 1905) quien, al igual que Rosso, no logró superara la genialidad del pionero Rodin.

“En Suecia debemos recordar los nombres de Molin y, sobre todo, de Carl Milles. En Noruega existe un escultor de gran calidad, Gustavo Vigeland, conocido por el Rodin noruego (1869-1943). Sus obras están inflamadas de sabor épico. En EE.UU. hay que recordar a G. Barnard, discípulo de Rodin, que cultiva el retrato con fuerza característica. Su obra más conocida es el retrato de Lincoln, del Museo Metropolitano de Nueva York” (Ballesteros, 2014, p.20).

Referencias

Ballesteros, E. (2014). El Impresionismo. España: Editorial Titivillus.
Ballesteros, E. (2013). El realismo y el impresionismo. España: Editorial Titivillus.
Hallet, M. (2017). Claude Monet El impresionismo y su relación con la naturaleza. España: Editorial Titivillus.
Triviño, L. (2014). Impresionismo en clave feminista. Dossiers Feministes, 1, 205-220.
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